Maternidad y formación

En el periodo de tiempo en que yo egresé de La Academia y me formé como artista plástica, existían muchos mitos alrededor de la creación artística, fundados en gran medida por los maestros de la época, quienes pensaban el ejercicio del arte desde una visión con muchos tintes de romanticismo, que planteaba al artista como un ser que crea desde la soledad de su taller y se enfrenta a todo tipo de disertaciones para luego ser confrontadas con el público, pero ciertamente el ejercicio artístico en la actualidad, es más cercano a las comunidades de práctica donde circulan los mensajes y las formas de hacer. La culminación de mi ciclo académico coincide con experiencias de realizar algunos procesos de formación y  creación en localidades de Bogotá y por haber desarrollado un cine club dentro de la facultad, lo cual me permitió ejercer un contacto con la comunidad del lugar, un trabajo en colectivo y un tipo de pedagogía asociado a la  formación de públicos. Así que aprendí a generar espacios de circulación, formación y de prácticas artísticas con comunidades a mis 22 años, muy poco consciente de ello. Todo lo que sucedió después terminaría por llevarme a caminos distintos a los de “la torre solitaria” de las disertaciones para la creación.

 

La pedagogía comenzó a darme una perspectiva de formación personal muy particular, en donde siempre las metas y objetivos para la creación comenzaron a alinearse con las necesidades de las comunidades con las cuales he tenido la posibilidad de vivir estas experiencias; personas que habitan o habitaron la calle, personas sin familia, mujeres y hombres que han vivido violencias, adolescentes sin rebeldía y sin causa. El comenzar a asumir de mi parte, que el arte es un puente que se tiende para el entendimiento humano y el desarrollo de procesos que van más allá de mis propias consideraciones o lecturas iniciales sobre lo que veo en la superficie, me ha permitido descifrar parte de mi misión como artista, educadora y en este punto como mamá. 

 

Y es indispensable que enlace el tema de la educación y los procesos de acompañamiento social con mi experiencia personal y particular de ser madre porque en retrospectiva, hace parte de lo mismo. El ver los procesos de formación en artes y la visión de la maternidad que he adquirido actualmente,dan un sentido a este quehacer de la formación desde los sentidos y las emociones y me permite comprender las cosas que se movilizan en el otro y que son necesarias para comunicarnos desde la diferencia. Debo también aclarar algo obvio, pero los hijos, viniendo de nuestro cuerpo, son seres distintos a nuestra propia naturaleza a pesar de compartir información genética. Y esto tan obvio parece que lo pasamos constantemente por alto dadas las maneras heredadas de la crianza, en donde sin quererlo tendemos a homogeneizar y a buscar un standard, al igual que en la educación tradicional. 

 

El tema de la maternidad llegó a mi vida por un azar y una causalidad que agradezco, así como la decisión de haber aceptado la vida en mí, pues fue y sigue siendo una experiencia parteaguas. Mil veces, como mujeres, nos reprochamos por no haber alcanzado ideales sociales del viaje, la maestría y tantas otras presiones de quienes nos formamos académicamente y nos solemos recriminar porque existe mucho temor en nosotras a fracasar, tenemos la presión de sobresalir y ser reconocidas por nuestros logros como profesionales y muchas hemos tenido que ser bastante egoístas con nuestras decisiones para ser respetadas siendo mujeres. 

 

Dicho de otro modo, no se ve muy profesional el hecho de combinar el rol de madre con el ámbito académico o laboral, porque ¿cómo vas a estar disponible para toda la carga laboral que se espera puedas asumir si vas a tener alguna otra prioridad? Para quienes fuimos formadas en una generación en donde la mujer lograba ser respetada por su desarrollo profesional, la idea de los hijos debe ser suprimida o postergada el mayor tiempo posible, pues es visto como una debilidad, una limitación, un distractor en el mejor de los casos. Además, recordemos que el machismo también está en nosotras y es un proceso  liberarnos de toda la carga simbólica que ya preexiste en la sociedad. 

 

Las personas siempre en algún punto van a reprochar que quieras hacer más cosas de las que se supone puedes hacer, porque descuidas a tus hijos, descuidas el trabajo o dejas de ser productivo para una sociedad que espera principalmente eso de ti, y no muchos te van a alentar en el difícil camino de seguirse formando o ejerciendo un rol profesional en medio de los hijos, los pañales y la teta. Esto es algo que se debe admitir. No es fácil. No por ello menos fascinante, pero ciertamente quienes tenemos hijos sabemos que mantener el equilibrio en la balanza es una tarea que en muchos momentos no se logra. Y la culpa debe dejar de existir cuando esto sucede. Digo la culpa porque fuimos criadas por una sociedad que carga con sus culpas muy en el siglo XIX a pesar de que ya no vayamos a la misa y muchas decidimos no tener marido. Pero la culpa estará allí cuando llegas tu casa y tu hija ya duerme o cuando te llamaron del trabajo pero no contestaste porque decidiste no hacerlo por tu familia y por ti. Sin embargo, asumir la maternidad como un acto más del ser creativo que eres, es un camino que te va a permitir descubrir y ajustar cosas en ti y es tan cierto como cualquier otra decisión consciente que las mujeres podamos tomar sobre nuestro cuerpo o nuestros rumbos en la vida.

 

Y siempre sentiré que el camino de entender el arte como la posibilidad de tender lazos y  puentes hacia los demás es la entrada para entender mis propias elecciones y la vida que vivo hoy, creando en mi casa y creando con otros; hiperconectada con la realidad de mis emociones, con la posibilidad de dar cabida a otras formas de pensamiento, creando en esta sociedad espacios para la escucha, para resonar con otros, para disentir de una única forma de ver las cosas, siendo más compasiva conmigo y con los demás. Así mismo, la maternidad encaja perfectamente en este proceso de escucha y reciprocidad en donde es lícito desaprender de las estructuras heredadas para comenzar a encajar y entenderse con ese otro diferente para crear nuevas prácticas, nuevos discursos y nuevas maneras de representarse en unos roles ya establecidos. 

 

Erika me invita a hablar de la experiencia de enseñar arte  yo quiero hablar de “maternar”, si se me permite incluir este término, ahora más reconocido y que Sara Fernández, profesora de la Universidad de Antioquia lo define así para el momento actual:  “Hoy maternar es mucho más que parir, lo sabemos, biológicamente es una opción, una decisión, una posibilidad, una probabilidad; pero social e históricamente es un tejido, un hacer, es parte del amarre social, de la contención, del amparo, del consuelo, del apoyo, del abrazo, cuyo valor es inconmensurable”. 

 

Yo resalto de la enseñanza y de la construcción colectiva que el proceso está en conectarse, en formarse formando, en saber escuchar las voces y el silencio y en permitirse sentir en el proceso, dejando desbordar por momentos las emociones propias y del otro, de reconciliar aquello que está roto, apagado u oculto, para que el arte viva allí y nos permita crecer en el proceso.


Natalia Martínez  




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